La rodilla es la articulación más grande y compleja del organismo humano y su estructura está configurada para sostener el peso del cuerpo mientras se corre, se camina o se está en pie, por lo que de be tener una gran estabilidad, especialmente porque los músculos que se insertan en ella son los que facilitan el movimiento (130º entre flexión y extensión, así como una mínima rotación de 14º cuando está en flexión) y desarrollan una gran fuerza.
Son tres los huesos que se unen en la rodilla: el fémur, la tibia y la rótula; por lo que en realidad se trata una articulación compuesta o doble, según se quiera entender. Por una parte, se unen los cóndilos del fémur (las dos protuberancias del fémur que hay en el extremo inferior del hueso) y la tibia y por otra la tróclea (la parte cóncava situada entre los dos cóndilos) del fémur y la parte posterior de la rótula.
En el primer caso, entre ambos huesos se ubican los meniscos (externo e interno), que evitan el rozamiento de ambos y cumplen la función de amortiguar las fuerzas de compresión que se producen, por ejemplo, al saltar. Entre la rótula y el fémur, sin embargo, se interpone el cartílago prerrotuliano, cuya función es la de absorber la presión entre ambos huesos.
La estabilidad de la rodilla está determinada por los ligamentos que se insertan en los diferentes huesos, unos en el interior de la cápsula articular (intraarticulares) y otros fuera de ella (extraarticulares). En el primer grupo se encuentran Los ligamentos cruzados anterior y posterior, el transverso (une los dos meniscos) y los meniscofemorales anterior y posterior. Entre los extraarticulares destacan los ligamentos laterales interno y externo y el rotuliano, aunque hay otros que contribuyen a cohesionar la articulación de la rodilla.
Esta complejidad de la articulación de la rodilla está justificada no sólo para proporcionarle la necesaria estabilidad, fuerza y resistencia, sino también porque los músculos que actúan sobre ella son numerosos y algunos de ellos participan en diferentes movimientos. Entre ellos cabe citar el cuádriceps, el bíceps femoral, los isquiotibiales, el sartorio, el recto femoral o los tres vastos.
Finalmente, hay que mencionar que el riego sanguíneo del conjunto de la rodilla procede esencialmente de la arteria femoral, la tibial interior y la poplítea, cuyas ramificaciones envuelven a la articulación formando lo que se denomina círculo anastasómico.